Lima, 26 de agosto del 2019. La noche de su graduación, cuando bajó del estrado con su diploma de especialista técnico en Computación e Informática en sus manos, Yeison Huamán Cruz abrazó a su mamá Segunda y ambos lloraron en silencio. Aquel abrazo les recordó un episodio similar, ocurrido hace casi dos décadas, aunque las lágrimas de aquel entonces no eran de orgullo, sino de temor: el pequeño Yeison, de tres años, había sido diagnosticado con una parálisis cerebral, que le impedía caminar y tener control sobre su cuerpo.
En el Hogar Clínica San Juan de Dios de Chiclayo le recomendaron operarse, así que tuvo que pasar un largo tiempo lejos de su familia, primero por la cirugía y luego por la rehabilitación. Cuando volvió a casa, en el caserío Nueva Esperanza, del distrito de Huarmaca, provincia de Huancabamba (Piura), ingresó al colegio, pero debido a la falta de facilidades para movilizarse fue enviado a un albergue.
“Fueron momentos muy tristes, no me sentía con ánimos de vivir, ya que no podía hacer nada de lo que hacían mis amigos. Mi refugio, entonces, fue leer. Así conocí a un compañero que me contó sobre Beca 18”, recuerda Yeison, cuyo rostro se ilumina al evocar el momento en el que descubrió que su mente, gracias al poder de la educación, podía liberarlo de las restricciones físicas y le obsequió un propósito: superarse a sí mismo.
Como becario del Estado peruano, el primer desafío que Yeison afrontó fue trasladarse a Lima para vivir, solo, en una habitación cercana al Instituto Wernher Von Braun, donde estudió su carrera entre el 2016 y el primer semestre de este año. Lima, una ciudad muchas veces hostil e impaciente con las personas con discapacidad, no logró mermar su espíritu, ni en el camino a clases, ni cuando viajaba en bus por una decena de distritos para construir prototipos de robótica o programar páginas web, como parte de sus trabajos académicos en grupo.
“Aprendí a programar, diseñar, dibujar. Diversas herramientas para explotar mi creatividad, recurriendo a diferentes plataformas útiles para mi profesión. Para mí no eran una cuestión adicional, sino imprescindible: sí, tenía una beca integral y no debía preocuparme por mi subsistencia, pero no podía quedar relegado en cuanto a las prácticas preprofesionales, ni a la posibilidad de emplearme y sentirme útil”, explica Yeison, quien ni bien terminó su formación consiguió un empleo temporal en un call center.
Esta experiencia, asegura, le ratificó que está capacitado para desempeñarse en áreas de constante ajetreo, como aquellas relacionadas a la atención del público, por lo que ha intensificado su búsqueda de una oportunidad que le permita demostrar todo de lo que es capaz.
“Me motiva el poder ser un ejemplo para otras personas que puedan estar en situaciones como la mía o tal vez más difíciles. La vida es dura, muy dura en ocasiones, pero todos tenemos un propósito. Yo no puedo caminar con facilidad, pero soy bueno en computación, puedo reparar y crear cosas. Y puedo aprender mucho más. Lo que he vivido me sirvió para no temerle a lo que pueda venir. Todo es cuestión de aprovechar nuestra oportunidad”, asegura.
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