Apurímac, 25 de diciembre del 2019. En el distrito de Mara, provincia de Cotabambas, región Apurímac, más de seis mil peruanos se dedican a la agricultura. Por ello, cuando Guillermo Rojas Enríquez se coloca sus guantes, mameluco y casco protector para manipular el soplete con el que realiza toda clase de soldaduras, muchos en el pueblo todavía se sorprenden por su buena predisposición, habilidad y energía, sobresalientes para sus 64 años y la dura vida que ha llevado desde que, con apenas ocho, huyera de su casa tras la muerte de su mamá.
“Siempre anhelé tener una ocupación. Como logré terminar mi secundaria y estudié cursos de contabilidad, ni bien regresé a Mara me ofrecieron encargarme de la seguridad del colegio. Trabajaba día y noche. En el pueblo no teníamos luz ni agua potable, por lo que quienes decidimos quedarnos estábamos comprometidos con el desarrollo del distrito”, recuerda don Guillermo, mientras observa con orgullo la Plaza de Armas que ayudó a levantar y una palmera que sembró allí a inicios de los 90’.
Como ocurrió con otras localidades de la sierra, la violencia ocasionada por el terrorismo en las últimas décadas del siglo XX sumió a Mara, identificable desde entonces por su proximidad al corredor minero Challhuahuacho (Cusco), en el miedo y la desolación. Sin embargo, junto a su esposa Paulina Peña, Guillermo integró el grupo de quienes se negaron a abandonar el pueblo, pese a las amenazas recurrentes.
“Fueron años sumamente duros. Si antes de la violencia Mara ya era pobre, luego de esta experiencia no había ni qué comer. Para entonces, tenía solo al primero de mis cuatro hijos, así que dejamos de lamentarnos y decidimos reconstruir nuestras vidas. En eso pensaba cuando vi un afiche pegado en la municipalidad, en el que se ofrecía becas para personas mayores como yo. ¡Imagínese! Esa oportunidad tenía que ser para mí”, cuenta.
Y lo fue: en el 2018, don Guillermo se convirtió en el único residente de Mara que ganó la Beca Técnico Productiva Repared, que en aquel año realizaba su cuarta convocatoria nacional. Gracias a este apoyo del Estado, impulsado por el Programa Nacional de Becas y Crédito Educativo (Pronabec) del Ministerio de Educación, pudo estudiar la carrera de Auxiliar de soldador de estructuras en el Servicio Nacional de Adiestramiento en Trabajo Industrial (Senati), sede Abancay.
“Aún recuerdo el día en que me puse mi toga y birrete. Dos eran los estudiantes más sobresalientes de la clase, pero fue a mí a quien propusieron para dar unas palabras. Esa experiencia me marcó como ninguna otra. Desde entonces, sé que quiero seguir superándome y que la edad no es un límite”, comenta este becario sin igual, abocado por ahora a reunir lo suficiente para modernizar su taller con máquinas industriales y nuevos instrumentos, que sin duda manipulará con la destreza que lo caracteriza y de la mano de uno de sus hijos, que estudió la misma carrera técnica.
Para don Guillermo, aunque el dolor causado por estas duras experiencias lo acompañará hasta el final de sus días, la oportunidad de desarrollar sus habilidades mediante la educación ha sido un descubrimiento gratificante, que no solo le ha permitido mantener a su familia, sino trabajar por el progreso de su pueblo. Por ello, continúa buscando oportunidades para seguir especializándose, así sea el que más canas tenga en el salón.
“La beca me ha dado conocimientos que me acompañarán toda la vida. Siempre me consideré una persona de bien, útil para mi gente, pero con la educación siento que también soy un ejemplo de que nada es imposible”, asegura.